jueves, 4 de junio de 2009

SOPA Y POLENTA, SI! DE NARVÁEZ... NOOOO!!!!!



Sopa y polenta sí, De Narváez no
21-05-2009 / Una receta de Leonardo, una promesa y algo más.

Por Victor Ego Ducrot
Vieron que con el ofri tardío de la semana pasada comenzaron las campañas electorales. Bueno, eso de que comenzaron es algo relativo, porque hay uno que –a golpe de millones– nos martiriza en la tele desde hace no se cuánto tiempo; y ahora, para colmo, ese órgano oficial de la oposición (el periodismo independiente del Grupo Clarín, ja, ja) nos lo mete hasta en la sopa. Y como me gusta la sopa y no soy independiente les digo: a De Narváez no me lo banco más; por eso les sugiero una relectura del artículo “Política facial”, que publicara Horacio González el 21 de abril pasado en Página 12. Mientras tanto, yo me quedo con la sopa y con Leonardo Da Vinci.
Con el gran renacentista porque además fue cocinero, inventó máquinas para picar carne y licuadoras, y hasta algunas recetas para que su patrón, don Ludovico Sforza, les complicara seriamente la digestión a sus enemigos. Por favor, no me tienten con sugerencias impúdicas y déjenme recordar algo sobre las polentas que hacía el papá de La Gioconda.
Como les dije, fue cocinero y antes de laburar para el Sforza intentó fortuna con el negocio gastronómico. Lean lo que sigue y no me pregunten de dónde lo saqué (no sean tan curiosos, o curiosas, porque si no dios los va a castigar). Debido al muy bajo sueldo que percibía trabajando como artista plástico en el taller de Verrocchio, Leonardo se conchabó como mozo en la famosa taberna “Los Tres Caracoles”, al lado del puente Vecchio de Florencia.
Pero, tras la misteriosa muerte por envenenamiento de todos sus cocineros, en la primavera de 1473, fue él quien quedó a cargo de la cocina del boliche e intentó llevar a cabo una verdadera revolución: darle forma y sabor elegante al plato estrella de “Los Tres Caracoles”, una polenta hecha con trigo molido, una colección sin sinfonía de condimentos y bestiales trozos de carne hervida.
¿Qué hizo Leonardo? Polenta sí, pero presentada en forma de flor o frutas, apenas sazonada y decorada con trocitos de carne, como si fueran tallos o raíces. La respuesta de los comensales de siempre fue la que ustedes ya se imaginan: un abucheo generalizado que pide la cabeza del cocinero y un concierto de platos y fuentes que estallan entre el aire y la pared. El joven Da Vinci debió darse a la fuga.
Pero –obcecado el hombre– un tiempo después se juntó con su amigo Botticelli y juntos abrieron el bodegón “La Enseña de las Tres Ranas de Sandro y Leonardo”, por supuesto que decoradas sus paredes y frontispicio con obras de los dos patrones (¿cuánto pagaría usted para sentarse a morfar allí? Yo, lo que no tengo y jamás tendré). Pero no se preocupe, que ni usted ni yo, aun dejando todos nuestros dinares y los de nuestras próximas generaciones, los hubiésemos salvado del fracaso, pues muy pronto Leonardo y Botticelli debieron cerrar y dedicarse a lo suyo.
¿La razón? Muy simple. Los comensales de Florencia no estaban preparados para anchoas fileteadas en recortes de zanahorias, sobre fuentes con formas y colores extraños. En fin.
No crean que me olvidé de la sopa (para todos los días, si hace frío). Les pasaré una receta que me acercó hace mucho un amigo pintor (no de Florencia sino de Villa Urquiza) y también cocinero. Pero antes me tiene que prometer una cosa: los que votan en la provincia de Buenos Aires, que no lo harán por “Paco Tattoo” ni por ninguno de la llamada oposición, miren que, si perdemos lo que pudimos conseguir (no es todo, es cierto, pero algo es algo), se nos viene la noche, se nos pasa el arroz; se pudre todo, para ser más juvenil.
No, che, fue un chiste. No me prometan nada y voten lo que quieran. Un día de estos les paso la receta para preparar una buena sopa de rabo. Chau.

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