miércoles, 28 de noviembre de 2012

El odio a Cristina

El empleo de las palabras “tiranía”, “dictadura”, “autoritarismo”; las comparaciones con Hitler, Mussolini, Ceausescu, referidas al kirchnerismo y particularmente a Cristina Fernández de Kirchner, se ubican fuera del dominio de la argumentación, salvo que no se guarde registro alguno del lapso comprendido en Argentina entre los años 1976 y 1983.

Un observador de otra tierra –impuesto de los cargos tan vehementes que se le formulan a la presidenta-, preguntaría dónde están los periodistas muertos por publicar informaciones y opiniones adversas al gobierno, cuántos medios de comunicación fueron clausurados, en qué fecha se cerró el Congreso, cuántos fueron los vetos presidenciales a leyes de una legislatura intimidada, de qué magnitud es la represión como medio de acallar la protesta social, dónde se encuentran los testimonios de dirigentes opositores perseguidos, dónde las cárceles clandestinas, cuántas veces se hizo fraude eleccionario o se removió sin proceso a jueces. Y las respuestas le impedirían comprender el curioso sentido que adquirieron tales palabras.

La ira y el miedo que propagó la instalación de tales referencias en los dominantes medios de comunicación amerita detenerse a pensar las verdaderas causas de tanta irritación.

Para ese sector –no importa si es una creencia o una impostura-, este gobierno es autoritario en el ejercicio del poder estatal y considera amenazante y peligrosa las acciones en que ese poder se manifiesta. Veamos algunos núcleos que despiertan el cólera. Creo ver dos: uno es la restricción a la libertad; el otro,  la sensación de estar frente a un poder ciego a cualquier restricción.Ahora bien, si uno pudiera interrogar a este conjunto de “indignados” qué decisiones del Poder Ejecutivo han ido causando este humor devenido en furia, podría citar, por ejemplo: la regulación oficial al atesoramiento de moneda extranjera, la mediación estatal que busca establecer un régimen de importaciones que equilibre la balanza comercial y favorezca al mercado interno, el uso de la cadena nacional para difundir las acciones de gobierno, la intervención del Banco Central orientando el crédito de la banca privada, la  investigación de la Administración Federal de Ingresos Públicos sobre el origen del dinero declarado en grandes operaciones o la obligación impuesta a las empresas trasnacionales a liquidar en el país sus utilidades, la iniciativa estatal que busca acentuar la carga impositiva a ciertos actores sociales, la decisión de poner en funciones a directores públicos en las 41 empresas privadas en las que el Estado posee caudal accionario, la resolución de intervenir en el mercado de medios audiovisuales para evitar posiciones monopólicas, la rescisión de contratos incumplidos a empresas privadas de servicios públicos, el impulso en la investigación y castigo penal de los delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar, las medidas tendientes a distribuir la riqueza (desde la asignación universal por hijo hasta la implementación de planes de vivienda para los sectores populares).

La lista podría ser más extensa, pero el hilo que enlaza todas estas acciones se advierte nítidamente. Mediante estas iniciativas, el Estado –como representante del interés público- interviene pugnando por regular dentro de ciertos límites la acción de los mayores actores económicos del país. La traducción de estas acciones estatales que encuentra la gran prensa privada  –vehículo de tales intereses- es: “intromisión”, “apriete”, “presión”, “cercenamiento de la libertad”, etc. de Cristina Fernández (siempre se la menciona a título personal, casi nunca se designa el lugar institucional desde el que decide), con los predicados “autoritaria”, “dictatorial”, etc.

Creo que algo de este orden puede estar pasando en el desborde pasional, en la grotesca ira -siempre asentada sobre una expectativa de pánico-, que despiertan las intervenciones de Cristina Fernández. No creo que haya que buscar en sus enunciados las causas del odio o el desmesurado sentimiento de estar frente a un poder ominoso (hubo que forzar hasta el ridículo el famoso “ténganle miedo a Dios y a mí”). La causa de tal reacción, reitero, no son los enunciados presidenciales –por lo demás, proferidos con una firmeza y entramados en una sólida construcción argumental que hace difícil rebatirlos en el plano de la lógica de sus razones-, sino el sólo hecho de enunciar desde un lugar distinto.

Porque el kirchnerismo rompió un pacto implícito, sólido, añoso (me pregunto si eso no es la célebre soberbia kirchnerista), que establecía que la administración del Estado es la administración de los negocios de la clase dominante y la difusión de su aparato ideológico por todos los dispositivos institucionales. Ese pacto implicaba que las decisiones públicas no eran sino el resguardo y el predominio de tales intereses y que las distintas carteras del Estado fueran ocupadas por representantes de esa clase (la Unión Industrial en Economía, los grandes laboratorios en Salud, el poder financiero en el Banco Central o “negociando” la deuda externa, la Sociedad Rural en Agricultura, el principal grupo mediático en la Jefatura de Gabinete, etc.).

Quebrar ese pacto implícito siempre desató en la historia argentina enormes consecuencias.

De modo que no es en el análisis de los enunciados de Cristina Fernández, en su tono pretendidamente altivo o petulante o en su manera de vestir, donde deben buscarse las causas de la ira que despierta, sino en el simple hecho de que enuncia desde un lugar que la tradición política no consagra a los presidentes. Desde la perspectiva de dicha tradición –que establece rígidamente en formas institucionales el predominio de determinadas relaciones sociales de fuerza-, Cristina Fernández refuta la atribución simbólica que durante años le asignó al Estado la función de guardián de los posesiones de la clase dominante; al alcanzar cierto grado de autonomía de tales intereses, el kirchnerismo fue, de modo creciente, asumiendo la comandancia de un Estado que cobró “vida propia”.

Fuente: El odio a Cristina, por Guillermo Cichello.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El 8N se pudo haber evitado.


El gobierno pudo haber evitado el 8N y no lo hizo.

Con anunciar que retrocedía en su intento por aplicar la Ley de Medios, garantizar que los dólares de las reservas siguieran a disposición de los fugadores de divisas, devolver YPF a los españoles de Repsol y pagar lo que los fondos buitre exigen, se hubiera evitado la foto del Obelisco rodeado por una multitud cantando contra "la dictadura K".

Claro que para eso, después de casi una década de lidiar con la voracidad de los dueños del poder y del dinero, la Casa Rosada debía resignarse a que el rumbo de la Argentina lo decide de modo inalterable un puñado de corporaciones, y no los millones de argentinos que hace menos de un año votaron a Cristina Kirchner, otorgándole una ventaja electoral contra su inmediato competidor de casi 40 puntos porcentuales.

Las consecuencias están a la vista. El país del 9N, del 10N y del 11N es bastante parecido al del 7N. Tiene los mismos problemas y demanda las soluciones de siempre. Sin embargo, es cierto que una porción de la clase media opositora reprodujo alrededor del símbolo fálico porteño la catarsis del 13S; tan cierto como que ningún partido tradicional antikirchnerista puede arrogarse la capitalización de la protesta.

En su combate contra el gobierno, el Grupo Clarín podrá ufanarse de la movida, de cara al 7D. Porque básicamente logró convertir a una parte de su audiencia en militancia callejera a favor del relato catástrofe que reproducen en la tapa de su diario de agitación y en las más de 240 licencias audiovisuales que mantienen ilegalmente. El talento demostrado para influir en la subjetividad de los reclamantes es, de un tiempo a esta parte, motivo de estudio en la academia nacional. El sociólogo Alejandro Horowicz recordó, por ejemplo, cómo durante el conflicto de la 125, gente que no tenía ni una maceta con tierra en su balcón, asumía como propio el discurso de ruralistas con campos por 10 millones de dólares en la pampa fértil. Era una clase subalterna tomando a otra superior como referencia. El 8N también pasó eso. La parte antikirchnerista de los sectores medios manifestó su acuerdo con el plan político y económico del establishment que plantea la negativa a la reelección de Cristina Kirchner (cuando ella misma dijo: "no es mi deseo una reforma constitucional"), la no intromisión del Estado en la libertad monopólica (cuando los tratados internacionales suscriptos por la Argentina obligan a lo contrario) y la desconfianza en la resolución electoral de los conflictos y tensiones propias de una democracia (cuando alrededor del 80% de la ciudadanía participa de elecciones). Es decir, una agenda de derecha por lo menos contradictoria. Puede consultarse la colección de editoriales de Clarín y La Nación para tener más precisiones al respecto.
El profesor de Economía Ricardo Aronskind lo descifró de modo inmejorable en un texto que circuló por la red en estos días. Según él, los variados eslóganes del jueves 8 se pueden resumir en diez puntos económicos. Lo que tiene de extenso, lo tiene de interesante:
1) Venta libre de dólares baratos por parte del Estado hasta agotar las reservas, para todo uso.
Resultado: incremento de la fuga de capitales provenientes de la evasión impositiva. Reaparición de la especulación cambiaria como actividad central de la economía. Si se terminan las reservas, mega-devaluación, y aumento generalizado de precios, con brusca caída salarial y aumento del desempleo. Enriquecimiento de los tenedores de dólares y empobrecimiento del país.
2) Eliminación de todo tipo de regulación, indicación o presión oficial para contener el alza de los precios.
Resultado: alza generalizada de precios, por las dudas, y porque "todo sube". Contracción de la demanda y de la actividad económica. Quiebra de pequeñas empresas.
3) Eliminación de toda restricción a las importaciones. Tiene que entrar de todo, incluidos productos suntuarios, para el sector ABC1. Apertura importadora “al mundo”.
Resultado: Si no alcanzan los dólares para importar productos imprescindibles, e insumos para la producción, o se reduce la producción, generando una recesión, o hay que pedir préstamos en el exterior. Comienza nuevamente el endeudamiento externo.
4) Reducción o eliminación de las retenciones. Eliminación del impuesto al cheque.
Resultado: desfinanciamiento del Estado y ultra-rentabilidad para el sector agrario exportador. Si le faltan recursos al Estado, que reduzca el gasto público. Si eso genera recesión y desempleo, mejor, porque eso tranquiliza las presiones salariales. Mejoramiento del "clima de negocios".
5) Bajar los impuestos a las ganancias, a la renta presunta, a los bienes personales y a la propiedad inmobiliaria.
Resultado: más riqueza en manos de los ricos, menos ingresos para el Estado, y por lo tanto menos capacidad de hacer políticas públicas. Si quiere seguir gastando, el Estado tendrá que pedir préstamos externos. Para conseguir esos préstamos, tendrá que arreglar con los fondos buitre y el Club de París. Los desembolsos que exigen reducirán fuertemente las reservas del Banco Central, y volverán al gobierno fácilmente presionable por los sectores financieros. Mejoramiento del "clima de negocios".
6) Reducción del gasto público: corte drástico de subsidios a la energía y el transporte; reducción de los planes de obras públicas; congelamiento de las asignaciones universales por hijo y las jubilaciones. Despido de personal de los estados nacional, provincial y municipal.
Resultado: brusco incremento de la pobreza, la indigencia y el desempleo.
Fuerte aumento de la conflictividad social y la violencia. Contracción del mercado interno. Quiebras en el sector productivo y en la comercialización.
Mejoramiento del “clima de negocios”.
7) Corte del crédito a la producción y el consumo, y de la expansión monetaria. Incremento de la tasa de interés doméstica.
Resultado: drástico desfinanciamiento al sector productivo y comercial.
Caída de las ventas y contracción de la actividad económica. Recesión e incremento del desempleo. Se reduce modestamente, pero continúa el aumento de precios. Mejoramiento del "clima de negocios".
8) Se aceptan plenamente todos los reclamos de los acreedores del país, en las condiciones y plazos que establezcan.
Resultado: drástica reducción de las reservas y estallido de corridas cambiarias y bancarias. Se vende el resto de las reservas sin poder frenar las corridas. Cierre y caída de bancos. Colapso de la actividad económica.
Argentina es elogiada "en el mundo". Devuelven la Fragata Libertad.
Mejoramiento del "clima de negocios".
9) Argentina firma un tratado de libre comercio unilateral con Estados Unidos, otro con la Unión Europea, y otro con China.
Resultado: desaparición de la industria nacional e incremento de la desocupación estructural al 30% de la población. Flexibilización laboral extrema para el resto. Se deteriora dramáticamente la seguridad en las grandes ciudades. Aumenta el gasto en seguridad privada. En los shoppings se consigue "de todo". Argentina es elogiada "en el mundo". Mejoramiento del "clima de negocios".
10) El gobierno acepta todas las peticiones de los empresarios locales y externos, y de los organismos financieros internacionales. Desmantela los organismos de regulación y control, y recibe sin condiciones toda inversión en el país. Elimina la restricción a la compra de tierras por parte de extranjeros. Libre remisión de utilidades.
Resultado: incremento exponencial del lavado de dinero proveniente de actividades criminales de todo el planeta. Ingreso masivo de capital especulativo, que sirve para financiar la fuga de capitales y las remesas de utilidades del capital extranjero. Si algún dólar queda, sirve para incrementar el valor de la moneda local, favoreciendo las importaciones y deteriorando la capacidad exportadora. Inversión de firmas multinacionales en recursos naturales, que son exportados en bruto al resto del planeta.”

Da escalofríos pensar en la consecuencias de un plan de estas características. En realidad,  ya se aplicó y el país estalló en 2001.
Seriamente hablando, ¿cuánta gente quisiera volver a una Argentina así?
Está bien que el oficialismo acuse recibo del 8N. Siempre se puede mejorar y hay áreas donde es imprescindible hacerlo. Se puede hacer más contra la inflación, la inseguridad y la corrupción. Pero es tan poco probable que la manifestación cacerolera tenga destino de mayoría consistente como que el genocida Videla sea indultado de vuelta mañana. Aun en una muy mala elección kirchnerista en 2013, la recreación del Grupo A volvería a naufragar en las múltiples oposiciones que existen: hay más vedetismo que ideas en el antikirchnerismo. La táctica de presentar al oficialismo como una dictadura que justificaría el amontonamiento épico para combatirla, además de ser un tackle desesperado, se sostiene solamente en la pantalla de Canal 13 y TN; no en la realidad. Una caracterización tan disparatada sólo puede producir efectos disparatados.
El propósito de los medios hegemónicos de presentar un 46% sólido y cohesionado tampoco es creíble. La marcha del otro día no lo refleja, de ninguna manera. Sería menos descabellado pensar, por ejemplo, que la foto de la marejada humana acelere los tiempos de nacionalización de la propuesta macrista o el hito fundacional de una coalición de derechas, al estilo de la vieja UCD y los partidos provinciales procesistas. Esperable, además, por la salud institucional de la república: siempre es bueno que la derecha juegue dentro del sistema y no afuera. Que gane y pierda en elecciones, como se debe; y no a través de corridas bancarias o titulares putchistas, todos los días, todo el tiempo.
Por otro lado, para cualquier persona sensata es innegable que hay un intento constante de los creadores del relato antikirchnerista de invisibilizar al 54% de la sociedad. Ver la cobertura de los medios de Héctor Magnetto y Bartolomé Mitre –ambos con pedido de indagatoria fiscal como partícipes necesarios en presuntos crímenes de lesa humanidad cometidos durante el despojo a la familia Graiver de Papel Prensa– produce espanto. Así como no decían nada cuando en este país se arrojaba a compatriotas de los aviones como parte de una planificada y masiva supresión del otro como solución final, están ausentes en las crónicas eufóricas que deciden replicar las razones, los rostros y las opiniones de la mayoría política de la Argentina del siglo XXI, nada menos.
En cuanto a sus empleados, nadie les pide tanto. Alcanza con un ejemplo: "cuesta encontrar en la historia argentina (sic) una movilización popular como la de ayer", sostuvo Ricardo Roa, en la sección "Del editor al lector". ¿En qué historia figuran el 17 de octubre, el cierre de campaña de Alfonsín, las multitudes que fueron a recibir al general Perón a Ezeiza, el Bicentenario, los 24 de marzo y tantas, pero tantas otras manifestaciones colectivas? Evidentemente, en el relato "histórico" de Clarín, no.
En cualquier momento, incluso, los movilizados alrededor del Obelisco ocuparán el lugar de votantes del kirchnerismo arrepentidos como parte de una operación de sentido tendiente a vaciar de contenido el triunfo de octubre de 2011.
Sería algo así como "la votaron y se arrepintieron", por lo tanto es inválido lo acontecido en las urnas y se legitima lo que ahora ocurre en el nuevo escenario descubierto por la derecha: la calle. Magnificado, a su vez, por los tres poderes reconocidos por la mediocracia: los diarios, la radio y la televisión. Si son monopólicos, claro, mucho mejor.
Quizá el interrogante pendiente tras el 8N es qué hará el 54% que gobierna después de esta manifestación. Hasta ahora, la decisión de Cristina Kirchner fue no disputar en simultáneo el espacio público, eludir el enfrentamiento físico (no el dialéctico) y concentrarse en la gestión.
Pareciera que apuesta todo al 7D. Como si la fecha, por sí misma, volviera a poner las cosas en su lugar. No se puede descartar que apruebe, como piden diferentes sectores de la militancia, una movilización coronando ese día en el que la democracia, luego de tres años, va a lograr que finalmente el Grupo Clarín y todos los grupos mediáticos se adecuen a la ley.
Habrá que ver. Todo indica que el gigante silencioso que trabajosamente mueve la maquinaria de este bendito país se pronunció en las urnas el año pasado, pero quizá ahora quiera volver a celebrar en la calle la conquista de derechos que profundizan y dan sentido a la democracia. «

Fuente:Tiempo Argentino