lunes, 14 de junio de 2010

La Copa Plastibol

Por Juan Sasturain

El plástico empezó a utilizarse para hacer juguetes en la década del cincuenta. Segunda mitad, me animo. Recuerdo perfectamente cuando llegaron las primeras pelotas –azules, rojas, amarillas– chicas, de plástico duro, para ocupar el lugar de las de goma, las gloriosas Pulpo y otras de menor fama y memoria. Picaban con ruido de cáscara de huevo y los coches las reventaban con el mismo sonido espantoso que a las de goma. Pero, sobre todo, volaban. Eran muy baratas, livianísimas e ingobernables.

Con los años llegaron otras, ya más grandes y de un plástico no rígido sino más blando, grueso y elástico, que botaban con ruido opaco y reventaban también clásicamente bajo los colectivos. Siempre, cosa de chicos.

Después –finalmente– llegaron las Plastibol, modelo acabado de la pelota de plástico blando en su máxima expresión popular, con válvula y el engrupido dibujo de los falsos gajos, tamaño standard cercano al de la de cuero. Primer balón infantil y soberana en los cumpleaños de la primaria, la Plastibol era el instrumento infaltable del picado playero por dos motivos, entre otros: se mojaba y no importaba (flotaba cómoda entre las olas), era liviana y su impacto –darle a una vieja que tomaba sol, por ejemplo– no era drama y por eso mismo era más fácil de remontar a patadas en la arena seca. Eso sí: en el aire, iba para cualquier lado, pesadilla de arqueros y juguete del viento. Imposible pegarle de lejos con cierta pretensión de darle destino fijo.

Todo esto vuelve a la memoria y a las sensaciones cuando vemos la perversa pelota inventada por Adidas y bendecida por la FIFA para este Mundial de Sudáfrica. Es un asco. Sólo la necesidad de hacer negocios con todo y de todas maneras justifica que desde hace varios mundiales se fabriquen pelotas especiales para cada competencia y que la tendencia sea hacerlas cada vez más ingobernables e imprevisibles. ¿Sabrán jugar o les gustará el fútbol a los sin duda sabios ingenieros que las diseñan? Porque el resultado –para el juego– es deplorable.

Hay imbéciles con chapa que incluso han justificado esta tonta pelota obligatoria, la Jabulani –hasta las bautizan, los chorros– con la idea de que al hacer más difícil prever su trayectoria habrá más dificultades para los arqueros y –entonces– más goles... Hay que ser nabos o mentirosos para argumentar así: la dificultad la tienen todos los que la usan (todos) y en estos pocos partidos iniciales –desde el viernes a ayer domingo inclusive–, hemos visto cómo fue prácticamente imposible que alguien pudiera embocar un tiro libre en el arco si intentaba superar la barrera por encima –Messi y la Bruja fueron nuestros ejemplos–, cómo los cambios de frente o los pelotazos en profundidad, si la pelota picaba, terminaban en el lateral o la línea de fondo, cómo notables cabeceadores no podían darle con precisión, siempre sobrados por una pelota que no termina de caer, o cómo los arqueros –pobre Green, el inglés del papelón– cuando viene al cuerpo, dudan entre retenerla o devolverla con un golpe de voley. Claro, donde menos se nota la diferencia es en el toque corto y preciso, sutil, a ras de piso, aunque corriendo con ella suele irse larga al menor estímulo excesivo...

Lo curioso (o no) es que, hasta ahora, los que mejor la usaron en todos los sentidos han sido los alemanes, que por algo la fabricaron (o la hicieron fabricar en el Sudeste Asiático). Seamos malos: hace dos años largos (digo yo) que seguro entrenan con ésta... Porque, ayer ante Australia, tocaron, cambiaron de frente, metieron centros con precisión, hicieron (Klose) un golazo de cabeza y dieron la mejor demostración de fútbol del fin de semana.

Si como suele decirse –cito a Valdano que citaba no sé a quién–, “el fútbol es un deporte que se juega once contra once y suelen ganar los alemanes”, esta vez y una vez más, los dueños de la pelota están muy bien preparados y colocados para ganar esta Copa Plastibol, Sudáfrica 2010.

No hay comentarios: